sábado, 10 de septiembre de 2011





¡Qué dulces y gratos pensamientos se despiertan en la mente, y qué cuerdas de afecto se tocan en la entraña humana por en dulce palabra, "Hogar". Y aún más cara es la memoria del "hogar cristiano" para aquellos que han tenido el maravilloso privilegio de tal ambiente, donde Dios fué reverenciado y reconocido como Cabeza de la casa.


Instituido por Dios


El hogar fué establecido por Dios, y fué Su designio para la humanidad. Cuando Dios hizo a Adán y a Eva y los unió en santo matrimonio mandándoles a fructificar y multiplicar y henchir la tierra, El instituyó la primera familia y el primer hogar (Gén. 1:27, 28).
La unidad de la familia es aquello sobre lo cual descansa toda la estructura social humana. Y el hogar, la morada de la familia, sea sólo un bohío (choza) o una mansión, es la forticación o defensa de la comunidad. De aquí que se diga con frecuencia: "El hogar es el baluarte de la nación". Sobre él descansa todo el edificio de la civilización. Si él desaparece, desaparece la nación; porque la nación no es sino una unidad de individuos ligados en una relación de familia. La importancia del hogar y de la vida hogareña conforme a los pensamientos de Dios se ven así prontamente.

Apartamiento del Orden de Dios


Vivimos en días cuando los principios de Dios para la humanidad, estén siendo descartados, abundando el desorden y la corrupción, como sucede siempre cuando el hombre se aparta del orden de Dios. El amor libre, la infidelidad, el divorcio, y todas las formas de obstinación están causando el naufragio de familias y hogares. El énfasis se está poniendo en la masa, o en el estado, y así se desplaza la unidad del individuo y la familia. Por tanto es necesario que se llame nuestra atención hacia los principios y propósitos de Dios para nosotros, de modo que no seamos llevados por la corriente de las cosas que nos rodean y fallemos en el mantenimiento de verdaderos hogares.


La Familia Cristiana

Pero la familia cristiana, donde uno o ambos padres pertenecen al Señor, es infinitamente más que solo un bendito refugio contra el mal. Es un santuario en medio de un mundo sin Dios y sin Cristo, donde las preciosas almas de los hijos son guardadas de su contaminadora influencia. El hogar cristiano es un sagrado refugio donde Dios y Su Cristo son reconocidos, y donde Su Espíritu mora, donde Su palabra brilla, como la lámpara y lumbre de la casa, y donde el evangelio es continuamente relatado, señalando el camino al cielo a todos los que allí moran.
Conviene aquí usar las palabras de otro: "Es el precioso hogar de generosos afectos donde el corazón es adiestrado en los vínculos que Dios mismo ha formado, y el cual, por acariciar los afectos, preserva de las pasiones y auto-voluntad. Y esto donde su fortaleza es justamente desarrollada, tiene un poder que a pesar del pecado y del desorden, despierta la conciencia y activa el corazón, guardándolo de mal, y el poder directo de Satanás."
Aun cuando el pecado ha entrado en el mundo y lo ha dañado todo, la introducción de Cristo en estas relaciones de familia hacen de ellas una esfera para las operaciones de gracia y activo despliegue de la vida divina que tenemos en Cristo, de modo que la mansedumbre, la ternura, mutua ayuda y abnegación, ejercidas en medio de las dificultades y dolores que el pecado ha causado, imparten a estas relaciones un encanto y una profundidad mayores que los que pudieron ser conocidos en el estado de inocencia del Edén.
El verdadero hogar cristiano es donde al Señor se le da Su justo lugar y donde cada miembro de la familia obra conjuntamente en divina armonía conforme a la mente y propósitos de Dios, donde el amor de Dios es conocido y derramado en el corazón y es el elemento gobernante en el hogar. Aquí la palabra de Dios es leída y ejecutada, aunque quizás en mucha flaqueza, y donde se escuchan la oración y la alabanza. Aquí se siente la atmósfera del cielo, y al igual que los hijos de Israel antiguamente, tales hogares tienen "luz celestial en sus habitaciones" (Exodo 10: 23), cuando todo alrededor está en tinieblas. Cada hogar cristiano verdadero refleja algo de aquel Hogar celestial hacia el cual estamos viajando, y así los tales se distinguen al instante de aquellos donde Cristo, la Luz de los hombres, no brilla.

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